La vida en Donostia no era fácil entonces. Las mujeres a los catorce ya tenían que trabajar. Los varones podían ir a la escuela si tenían suerte. Yo fui al convento de los franciscanos, me habían metido para ser cura. Pasaban los monjes por los caseríos reclutando niños, y en casas como la mía, que éramos tantos, pues nada, les decían "¿cuántos te quieres llevar?". Y yo me fui una vez con ellos. Los monjes nos decían ya de chicos "¡Ustedes tienen vocación! ¡Tienen vocación!". Y nosotros: "¿Tenemos vocación?", "¡¡Si!! ¡¡Ustedes tienen vocación!!"... Y así han salido curas de ese convento, que les metían lo de la vocación. Yo no, yo me escapé del convento. Los que se escapaban -que eran varios- tenían que correr bien rápido, porque a veces llegaba el monje antes y los esperaba en la casa de los padres, se los llevaba de vuelta agarrados de las orejas. Yo tenía veintiuno cuando me fui. Y mis padres, pues bueno, no me dijeron nada. Ya era grande y me pude quedar en mi casa. Pero de haber sido más chico, joder, me tenían que llevar de vuelta los monjes.
Y ahí me puse a estudiar ingeniería electrónica. Estudiaba yo solo, con unos libros. Y podía armar un televisor con los cacharros que encontraba en el caserío. Mis padres no me creían. Una vez los senté y me puse con una caja y una antena, pum, pum, pum y les armé un televisor. Blanco y negro.
Después me metí a trabajar en la empresa de polipastos y grúas Levante. Y cuando quisieron abrir una filial en Valencia, yo les dije que me venía para acá. La fabricación es mía, con la marca de ellos. Acá vinimos jóvenes Arantxa y yo, recién casados. Y aquí nacieron nuestras cuatro hijas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario