El fin de semana pasado fuimos con la facultad a Warnemünde, un pueblo costero al norte de Alemania. Como la vez que hicimos la excursión a la región de Harz, este viaje se organizó para salir de la cotidianeidad de Berlín y compartir tiempo juntos. Más del que compartimos viviendo en una misma casa, si señor! =)
Yo lo disfruto porque son unos días que no tenés obligaciones académicas (para las que los fines de semana no cuentan), y podés hablar de cosas que no son ensayos, libros, etc.
El clima estuvo muy cálido, y todos los días fueron soleados, así que disfruté mucho de tirarme en la playa y caminar. De hecho, ni bien llegamos, dejamos los bolsos en el hostel y fuimos a la playa. Y allí estaban, los hombres y mujeres desnudos. Al principio fue como "Oh, dios mío! Hay un hombre desnudo...".
Luego vimos que había veinte más, y uno se acostumbra. Piensa "Bueno, he ahí algo que no pensé que iba a ver de ese señor de 60 años", pero en el fondo es liberador pensar que uno puede andar en bolas por la vida sin prejuicios sobre cómo su cuerpo debería ser. Vira (Ukrania) tenía la teoría que, como en general eran todos viejos y viejas los que andaban desnudos, lo hacían para convencer a los jóvenes de que está bien andar así en la playa y así poder apreciar sus bellos y jóvenes cuerpos. Los que también corren en bolas son los chicos de hasta 10 o 12 años. Muy loco. En fin.
El pueblo estaba lleno de puestitos donde se vendía pescado en muchos formatos.
Distintos tipos de pescado en sánguche, o tmb milanesa de pescado frita con rabas fritas. Todo frito. Y estaban colmados de gaviotas enormes que sobrevolaban las bronceadas cabezas de los turistas en busca de algún mordisco.
El sábado, yo me anoté en el grupo que iba a Rostock, una ciudad río abajo muy famosa por su Universidad. Fuimos en barco, y ahí descubrí algo fundamental. Mientras yo estaba encantadísima con el calor y el sol recalcitrante, la mayoría de los alemanes prefiere quedarse en la sombra, o viajar en la cabina. Yo enseguida busqué un asiento en el dock, que compartí con dos latinoamericanas, me saqué la remera y estiré las piernas para tomar sol. Luego me percaté que nosotras tres éramos las únicas que estábamos aprovechando la oportunidad. Todos los demás permanecieron debidamente vestidos. Ahí pensé que tal vez es por eso que pueden soportar un invierno tan largo... simplemente les gusta.
La noche del sábado se hizo una barbacoa (odio esta palabra) y después se dedicó a charlar sobre lo que habría que mejorar en la ECLA, las cosas con las que no estamos de acuerdo, etc.
No podría terminar este post sin mencionar la adorable presencia de los niños. Algunos profesores fueron con sus parejas e hijos. La mayoría muy maleducados e incha pelotas al mango. Salvo por Greta, la hija de Laura, que es una bonita de la vida. Antes de ir, le pidió a la mamá que le dijera quiénes hablaban castellano, para que le hablaran en ese idioma. Ella tiene 3, y habla alemán e italiano, y en la cena del viernes me prestó sus marcadores mágicos para dibujar el mantelito que le dieron en el restorán.
La gaviota
que dimos en llamar
Marcela
yo bronceándome
en el barco
En el camino a Rostock
nos cruzamos
con el Capitán Garfio
y su tripulación
Greta juega
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