Andrea C. va a ser la estrella de un comercial para la televisión ucraniana de la marca de chocolate Korona. En la sala del estudio, rodeada de personas y arriba de unos tacos de diez centímetros, se ajusta el vestido rojo que tendrá que usar. La maquilladora pasó cuarenta minutos en su cara y el peinador le dejó una cabellera de película. Parece Jésica Rabbit. Es más alta que todos en esa habitación, salvo el galán, que le saca media cabeza. La directora acomoda telas, imagina drapeados. Ponen y sacan alfileres. Andrea C. camina hasta el segundo estudio y a los mirones se le suman todos los de la agencia. Se pone y se saca vestidos rojos. Se para al lado del galán, frente a la luz blanca. Le acomodan el pelo. Andrea C. se cambia el vestido, prueba el segundo vestuario. Ahora tiene una trenza. Andrea C. habla mucho por celular, le cuesta conseguir un pasaje para volver a su ciudad. Habla con un amigo, él le dice que las ventanillas del micro están de paro. Andrea C. vive en una ciudad al lado de San Nicolás.
Andrea C. está preocupada. Quiere volver a tiempo porque al día siguiente es el cumpleaños de su hija. Le prometió que le iba a cocinar todo ella. Le va a hacer empanaditas y esas cosas. Dice que se va a tener que quedar toda la noche cocinando. Andrea C. se apartó un pedazo de tarta de pollo y huevo a la una y media de la tarde y no dió bocado.
Son las cinco de la tarde. Andrea C. se bajó de los tacos. Está en calzas, musculosa y sweater. Tiene unas zapatillas de lona. Pide que le manden un taxi, que se va a Retiro. Come la tarta mientras habla por celular.
En la calle la gente verá pasar una chica común, más o menos alta, con unos ojos azules deslumbrantes y un pelo divino, con sombras de color en la cara, en la cabeza pensando lo que necesita para el relleno de carne.
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