El museo es un desafío en términos de construcción. Solamente se puede acceder por el subsuelo, y el plano está dividido en diferentes ejes que se cruzan: el eje de la continuidad, el del exilio y el del holocausto. El eje del exilio desemboca en una de las mejores obras memoriales que vi, el Jardín del Exilio, un patio con columnas altas (entre las que se puede circular) sobre un piso desnivelado. Al final del eje del holocausto está la Torre del Holocausto, un espacio de concreto, cerrado, sin ventanas, irregular y de un techo altísimo.
Entramos ahí con la clase. La puerta se cierra y sólo se escuchan los autos de la calle. La habitación no es un rectángulo, sino un trapecio con un lado recto. Y en ese ángulo agudo donde se juntaban las dos paredes que daban a la calle, se colaba un poquito de luz que venía del sol de afuera. Se movía por las hojas de los árboles. Fuera de eso, la habitación es oscura. El concreto está frío, lo sentí en la espalda cuando me senté en el piso. En eso estaba, pensando qué significaba esa habitación, cuando se abrió la puerta y entró una señora con la audioguía de cinta roja colgada en el cuello. Se tomó cuarenta segundos tal vez, luego caminó a su ritmo de costumbre, tomó su cámara automática con pantallita y le sacó una foto a la luz que se colaba en la parte superior de la pared.
Yo me puse a pensar en la gratuidad que tienen las fotos. Me puse a pensar en qué necesidad tenía esa vieja de mierda de sacar una foto de eso, si claramente la arquitectura está para que la experimentes, la sientas, no la guardes en una foto que no va a comunicar nunca jamás lo que se puede sentir en esa cámara. Me molestó, me imaginé a la vieja tomando té con sus amigas, pasando las miles de fotos de su viaje a Berlín y deteniéndose en esta. "Y esta foto la saqué en la Torre del Holocausto. Este es el único cachito de luz de sol que entra" "Ah... que fuerte".
Luego recordé cuando las fotos eran con rollo. Que había algo excepcional, o que nunca se volvería a ver, entonces se buscaba la cámara y se sacaba una foto de algún momento que fuera digno de recordar. Porque las fotos en ese momento eran caras. Yo me pregunté qué va a recordar esta señora, si ni se sentó a pensar en lo que estaba viendo. Tal vez recuerde la cara de todos nosotros, mirándola a ella -tal vez por eso no tomó más fotos-, o por ahí el chiclik artificial de su Canon compacta. Y por ahí algún día vea esa foto y no se acuerde de qué era, y la borre.